lunes, 19 de diciembre de 2011

Si eres cubano, que me importa de dónde vengas


Desde hace muchos años oímos repetir, sin distingos, la frase acuñada de: “los cubanos de Miami”, cuando en los diferentes medios –sean noticiosos, oficiales o alternativos, a favor o en contra del diferendo entre Cuba y Estados Unidos- se refieren al accionar de determinados grupos de poder que pueden moverse sin mucha pereza entre el terrorismo más cruel y el “lobbismo” politiquero de cuello de seda.
Casi que nos acostumbramos a usar el término, a pesar de que ya hay voces, -con toda razón- que exigen se delimiten las posiciones de cada cual en un grupo migratorio que por numeroso, es también multipensamiento.
Como contraste, hace un par de días, un popular bloguero de La Habana, -infiero que medio en serio, medio en broma-, colocó en las redes de Twitter un texto que decía: “Conversando con cubanos llegados de  Miami. Ahora son más comunistas que Fidel Castro. Crítica permanente al capitalismo.”
Una y otra manera de definir a los emigrados de Miami –o de cualquier otra parte del mundo- se queda en los extremos. Y se hace tiempo de tener una mirada diferente. Han pasado 53 años de Revolución, y las condiciones han cambiado, así como también ha cambiado el pensamiento de la diáspora, menos distante de su espacio natural, a pesar de la persistencia de regulaciones que ya caducaron sus necesidades.

No es un secreto que todavía sobreviven en Miami algunas “cabezas calientes”, defensores a ultranza del sistema dictatorial que sucumbió ante el empuje revolucionario de 1959. Ese pensamiento –y acción- todavía se hace sentir en las calles de Miami, New Jersey, New York o Madrid, y por supuesto, con mucha fuerza en los pasillos del Congreso y el Senado de Estados Unidos.
Juntos a ellos, quedan algunos resentidos, por agravios o por barata solidaridad, que hacen del discurso anticastrista una retórica geriátrica que por reiterativa, cada día tiene menos ecos.
Pero hay un grupo mayoritario, que nada tiene que ver en el convulso escenario político que ya dura medio siglo. Emigrantes que salieron de Cuba a buscar nuevos horizontes, a cerrar espacios en medio de una familia dividida, a perseguir sueños, a reencontrarse con ellos mismos. Hombres y mujeres que a pesar de vivir a cientos de millas de sus raíces, comparan entre lo que tienen y lo que dejaron, y usan cotidianamente la balanza que determina la diferencia entre objeto y espíritu.
Es impresionante ver, oír y sentir cómo reaccionan los cubanos en Miami cuando tratan de manipular sus derechos con la Patria, y cuando exigen se les permita mantener viva la conexión entre una y otra orilla. Ya pasaron los tiempos del miedo a las mafias políticas que dominaban a fuerza de balazos y bombas a sus oponentes en el sur de la Florida o en las calles neoyorkinas, y ahora los emigrados se sienten más libres de expresar lo que piensan.
La diáspora cubana no es solo de mafiosos y contrarrevolucionarios. Es una significativa masa humana de obreros, intelectuales y gente simple que defiende con pasión el espacio natural donde nacieron, y con el que quieren seguir nutriéndose como ciudadanos, a pesar de haber elegido cualquier otro lugar para vivir.
Casi medio millón de esos emigrados visitaron la isla este 2011 a punto de cerrar, mientras decenas de miles añoran hacer el viaje del reencuentro, que a veces lo impide la vigencia de leyes que el tiempo y las circunstancias que vivimos las declaran moribundas.
La Revolución ha madurado lo suficiente como para saber que hay que cambiar lo que debe ser cambiado, y la reforma migratoria no puede seguir esperando. Hablo de esos cubanos que no fueron ni serán enemigos, sino hijos de la Patria que los vio nacer. Ser o no ser cubano es una condición que no puede discutirse desde la visión de un burócrata, y Cuba es la casa de todos.


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