miércoles, 25 de junio de 2014

Muere a los 88 años la escritora catalana Ana María Matute, Premio Cervantes 2010



Ana María Matute
   La escritora catalana Ana María Matute, gran fabuladora y una escritora de imaginación desbordante, merecedora del premio Cervantes de Literatura 2011 y autora de Olvidado rey Gudú y Los hijos muertos, falleció en Barcelona a los 88 años.
    Laureada además con el Premio Nacional de las Letras, recibió además los premios Planeta y Nadal, Matute es considerada como una de las más grandes figuras de la literatura española de postguerra.
   Nació el 26 de julio de 1925 en Barcelona, hija de madre castellana y padre catalán. Con 17 años escribió su primera novela, Pequeño Teatro, que no publicó hasta once años después y con la que obtuvo el Premio Planeta en 1954, aunque antes había llegado Los Abel, finalista del Nadal en 1947.
   Con 17 años escribió su primera novela, que no publicó hasta once años después.
   En 1952 ganó el Premio Café Gijón por Fiesta al noroeste, galardón al que siguieron los Premios Nacional de Literatura Miguel de Cervantes y de la Crítica por Los hijos muertos en 1959, mismo año en que consiguió el Nadal por Primera memoria. Era el primer título de una trilogía titulada Los mercaderes y que continuaría con Los soldados lloran de noche (1963) y La trampa (1969).

   Viajó a Estados Unidos, y durante el curso 1965-1966 fue lectora en la Universidad de Indiana, labor que también desempeñó en Oklahoma. En la Universidad de Boston instituyó la Colección Ana María Matute, a la que cedió sus manuscritos y otros documentos.
   A su trayectoria de éxitos sumó en 1965 el Premio Nacional de Literatura Infantil Lazarillo por El polizón de Ulises y, en 1969, el Fastenrath de la Academia de la Lengua con Los soldados lloran de noche.
   En la década de los ochenta fue distinguida con el Premio Nacional de Literatura Infantil por Sólo un pie descalzo (1984), tras la cual llegó un largo periodo de silencio motivado por una depresión.
   Publicó la versión original completa de Luciérnagas (1993), una de sus primeras novelas, con la que fue finalista del Nadal en 1949 y que había publicado con otro título -En esta tierra- e incompleta en 1955, debido a la censura.
   Otros de sus títulos son: Algunos muchachos (1964); La torre vigía (1971); El Río (1973), y en 1996 Olvidado Rey Gudú, un precioso cuento de hadas que se convirtió en una de sus obras de más éxito.
   Ganó el Premio de RNE Ojo Crítico Especial por esta novela que, junto a La torre vigía (1971) y Aranmanoth (2000) componen su trilogía medieval.
   Durante su carrera también escribió numerosos relatos, como La pequeña vida (1953); Tres y un sueño (1961), A la mitad del camino (1961), El arrepentido (1961), El polizón del Ulises (1965); Solo un pie descalzo (1983); El verdadero final de la Bella Durmiente (1995) o Los de la tienda (1998).
   Entre sus cuentos para niños destacan El país de la pizarra (1956); Los niños tontos (1956); Paulina, el mundo y las estrellas (1960); El saltamontes verde (1961); El caballito loco (1961); Carnavalito (1972) o La oveja negra (1994).
   En 1996 fue elegida miembro de la Real Academia Española de la Lengua para ocupar el sillón "K" (vacante de Carmen Conde) e ingresó en esa institución dos años después con el discurso En el bosque.
   En 2002 vieron la luz sus Cuentos de infancia, una recopilación de nueve cuentos e ilustraciones que Ana María Matute escribió cuando tenía entre cinco y catorce años. Y en 2003 y 2005, reeditó el Libro de juegos para los niños de los otros y su trilogía medieval, respectivamente.
   Galardonada con el Premio Nacional de las Letras Españolas en 2007, está considerada por la crítica literaria como "prosista de una gran capacidad de fabulación" y una experta en narrativa infantil cuya temática gira en torno a tres ejes: los niños, la incomunicación humana y el paraíso imposible.
   A pesar de su hospitalización, en febrero de 2008 a consecuencia de una fractura de tibia, Matute finalizó la que fue su última novela, Paraíso inhabitado. Y en 2010 recibió el galardón culminante de su carrera, el Premio Miguel de Cervantes. Lo mereció, según dijo el jurado, por una obra extensa y fecunda que se mueve entre el realismo y "la proyección a lo fantástico" y por poseer "un mundo y un lenguaje propios".
   "San Juan dijo: 'el que no ama está muerto' y yo me atrevo a decir: 'el que no inventa, no vive'". Así empezó la escritora su enternecedor discurso de aceptación del Cervantes, en el que también reconoció sin rencor alguno: "La Literatura ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas".
   Tres años después anunciaba que, a pesar de los vértigos que sufría, tenía un libro "a medio hacer", que se titularía Demonios familiares y que nunca llegó a concluir.

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